El Padre Gustavo Gutiérrez nació en junio de 1928, en un Perú marcado por fracturas sociales profundas, tan profundas como la osteomielitis que lo confinó a una silla de ruedas durante su adolescencia. Este período de dolor físico y aislamiento forjó su sensibilidad hacia el sufrimiento humano, tanto que se decidió por estudiar Medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sin embargo, se enfocó más en «curar las almas», por lo que se hizo sacerdote en la década del 50.
Estudió Filosofía y Psicología en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), así como Teología en Lyon (Francia), bajo maestros como Henri de Lubac y Yves Congar, pioneros de la «nouvelle théologie» que influiría en el Concilio Vaticano II. Es en Lyon donde acoge el materialismo histórico como herramienta para entender la pobreza.
La Parroquia Cristo Redentor del Rímac. ¿Laboratorio de la teología de la liberación?
Tuve la gran suerte de vivir mi infancia y adolescencia en el distrito del Rímac, pero sobretodo, la gran dicha de tener cerca a la Parroquia Cristo Redentor, ubicada entre las avenidas Industrial (hoy Diego Córdova) y Ramón Espinoza. Gustavo Gutiérrez llegó como párroco en la segunda mitad de la década de los 70, cuando en Perú se sufría una grave crisis política y económica.
En este contexto, mi familia siendo devota católica, decidió que ya era tiempo para mi preparación destinada a la Primera Comunión. Asistí con nulo entusiasmo, pues imaginaba un contexto y escenario de continua oración, alabanza y cantos religiosos. Me equivoqué rotundamente y al inicio no entendía que pasaba. La persona a cargo nos recibió a los aproximadamente 40 infantes de ambos géneros y diversa condición económica. No hubo rezos, no hubo cantos con palmadas o panderetas, no hubo lecturas tediosas del evangelio. Lo que hubo era un proceso de construcción comunitaria en base a la solidaridad y al cultivo de la empatía. Los pasajes bíblicos solo asomaban para reforzar este accionar.
¿Cómo se llevaba a cabo este proceso? Gustavo Gutiérrez no dirigía directamente las sesiones, pero se sentía su mano. Con material didáctico inteligentemente elaborado y distribuido entre todos los presentes, se entendía claramente hacia dónde quería llegar. Lo hacía principalmente con comics que se gestaban en la propia parroquia. En estos comics se describían situaciones reales de vida: la pobreza, el apoyo comunitario, problemáticas locales, etc. Nos enseñaban a preguntarnos porqué se daban esas situaciones y particularmente me quedó muy plasmada la «opción preferencial por los pobres»
Años más tarde, entendí esa frase como una exigencia epistemológica y como el inicio de una crítica de mi parte hacia la teología tradicional. La liberación socioeconómica, la liberación histórica y la liberación del pecado calaron profundamente en mi ser y estoy casi seguro que también en muchas/os de quienes pasaron por las catequesis de la parroquia Cristo Redentor del Rímac.
El Legado de Gustavo Gutiérrez
Gustavo Gutiérrez no fue un teólogo de escritorio, era un hombre de acción solidaria. Su genialidad fue trasladar lo que enseñaba el Evangelio a gestos concretos de la vida real: las ollas comunes, los comités de barrio, las organizaciones sindicales, la protesta organizada y la necesidad de implantar la solidaridad y el amor por sobre todo. Quienes hicimos la Primera Comunión con él (esta misa si la dirigía personalmente) llevamos tatuado en la piel la idea de que los pobres son los predilectos de Dios. Actualmente, sin ser continúo sosteniendo esta idea que lleva a su respectiva acción. Nos enseñó a rechazar la pobreza pero no en el sentido aporofóbico, sino en el hecho de que es entendida como muerte temprana e injusta, destructora de personas y familias. Por eso, el compromiso con el pobre que repartía Gutiérrez exige siempre denunciar las causas de la pobreza.
En un mundo donde el cristianismo a menudo se reduce a ritos vacíos, Gustavo Gutiérrez lo interpeló cuestionándose el ¿cómo decirle al pobre que Dios lo ama? La respuesta, nos hizo saber, no estuvo nunca en los sermones, sino en la construcción común de ir juntos a un reino de justicia donde el amor sea visible, palpable y, sobre todo, creíble. Eso siempre fue para él la verdadera salvación.
