Vie. Abr 18th, 2025
Asalto al Capitolio
El búfalo que asaltó el Capitolio: un símbolo cargado de significado dentro de la iconografía de la ultraderecha neorreaccionaria. Su imagen, imponente y fuera de contexto, evoca la idea del «salvajismo noble», una supuesta vuelta a las raíces primitivas y auténticas que algunos grupos extremistas romantizan como resistencia frente a la modernidad y el establishment político. Imagen: Getty Images

Contexto

En el marco de las transformaciones estructurales que definen el siglo XXI, las dinámicas informacionales y políticas han adquirido una centralidad inédita. La reconfiguración de las relaciones de poder con la ultraderecha neorreaccionaria en primer plano, mediada por las tecnologías de información y comunicaciones (TICs), plantea desafíos teóricos y empíricos para las ciencias sociales. Este artículo pretende una mirada que vincule los aportes de la sociología de la información, la teoría política y los estudios críticos sobre  la neorreacción, con el objetivo de explorar cómo las estructuras de poder se redefinen en el contexto de la denominada sociedad informacional (Castells, 1996a).


La Sociedad Informacional: Transición desde lo Industrial

La transición de una sociedad industrial a una informacional no puede entenderse como un mero cambio terminológico. Este proceso implica una mutación estructural en la que la información se erige como el principal recurso productivo, redefiniendo las bases económicas, culturales y políticas de las sociedades contemporáneas. En este paradigma, la productividad y el crecimiento económico dependen de la capacidad de generar, procesar y aplicar conocimientos tecnológicos (Castells, 1996b).

Fukuyama (2002) advierte que esta transición podría desembocar en una «sociedad posthumana», donde la hibridación entre biotecnología e inteligencia artificial cuestiona las nociones tradicionales de agencia y soberanía. Sin embargo, la brecha entre sociedades conectadas y desconectadas persiste, replicando desigualdades históricas bajo nuevas formas (Meadows, 1972; Mesarovic & Pestel, 1974).

La economía informacional ha generado un modelo empresarial globalizado, caracterizado por redes descentralizadas y flujos transnacionales de capital (Castells, 1996). Este sistema, compatible tanto con el capitalismo occidental como con el estatismo chino, ha intensificado la interdependencia entre crisis económicas, ambientales y sociales. Como señala Gonzáles (2014), las dinámicas políticas contemporáneas ya no pueden analizarse desde marcos estáticos, sino como procesos interactivos en constante transformación.


Contrapoderes en la Sociedad Informacional

Dentro de la sociedad informacional, los contrapoderes emergen como actores clave que desafían la hegemonía estatal. Según Gurvitch (1989), el Estado se encuentra inmerso en un proceso de «transformación continua», donde organizaciones no estatales —desde lobbies hasta movimientos sociales— ejercen influencia mediante estrategias formales e informales.

El lobbying, como práctica profesionalizada, ha refinado sus métodos para incidir en legisladores mediante tácticas sutiles pero sistemáticas (Schwarzen, 2008). Su objetivo no es ocupar el poder, sino modular decisiones políticas en favor de intereses sectoriales (Ziegler, 1970). Por su parte, la Iglesia, como institución con arraigo histórico, oscila entre la autonomía y la alianza con el poder establecido. En otro lado, los gremios —o «fuerzas vivas»— defienden intereses corporativos mediante presión legal y movilización social (Truman, 1973).

Las fuerzas armadas, con su estructura vertical y disciplina jerárquica, pueden actuar como grupos de presión en coyunturas críticas, ejerciendo un contrapoder fáctico (Tipán, 2020). Los partidos políticos, aunque formalmente canalizan demandas ciudadanas, suelen priorizar intereses de clases o fracciones dominantes, reproduciendo lógicas excluyentes (Gonzáles, 2014).


Opinión Pública y Grupos de Presión

La opinión pública, entendida como «fuerza expresiva del estado de conciencia social» (Andrade, 2010), desempeña un rol dual: legitima decisiones estatales y, simultáneamente, las cuestiona mediante movilizaciones y activismos digitales. En la era informacional, plataformas como redes sociales amplifican su impacto, aunque su fragmentación limita la formación de consensos estables (Castells, 2012).

Los grupos de presión se clasifican según su composición, objetivos y métodos. Existen Grupos de Masas vs. Cuadros: Mientras sindicatos industriales movilizan bases amplias (masas), asociaciones empresariales operan mediante élites con influencia económica (cuadros) (Truman, 1973); Grupos Promocionales vs. Funcionales: Los primeros promueven ideales (ej.: ecologistas), mientras los segundos defienden intereses sectoriales (ej.: cámaras de comercio) (Schwarzen, 2008) y Grupos de Presión Directa vs. Indirecta: Las asociaciones empresariales buscan beneficios materiales (directas), mientras ONGs culturales ejercen influencia valórica (indirectas) (Ziegler, 1970).


Respuestas de la Ultraderecha Neorreaccionaria

La ultraderecha neorreaccionaria, corriente emergente en la política contemporánea, combina escepticismo tecnocrático, nostalgia por órdenes jerárquicos y rechazo a la democracia liberal (Land, 2013). Sus adherentes, a menudo vinculados a élites tecnológicas, promueven modelos de gobernanza basados en inteligencia artificial y meritocracia radical (Fisher, 2022).

La sociedad informacional provee a la neorreacción de herramientas para difundir narrativas contrahegemónicas. Plataformas como Twitter y Telegram facilitan la creación de ecosistemas desinformativos, donde se cuestionan instituciones democráticas y se idealizan modelos autoritarios (Tufekci, 2017). Esta dinámica se retroalimenta con la concentración de poder en corporaciones tecnológicas, cuyos algoritmos priorizan engagement sobre veracidad (Zuboff, 2019).

Las dinámicas informacionales y políticas descritas evidencian una paradoja: mientras la tecnología democratiza el acceso al conocimiento, también profundiza asimetrías de poder. La neorreacción, lejos de ser una anomalía, refleja tensiones inherentes a un sistema global que privilegia la eficiencia sobre la equidad. Como señala Castells (1996), el desafío para las ciencias sociales radica en desarrollar marcos analíticos que integren la complejidad de estas transformaciones. Solo mediante una crítica rigurosa de las estructuras de poder —tanto tradicionales como emergentes— será posible imaginar alternativas inclusivas en la era informacional.

Contrapoder
En un mundo donde las dinámicas de poder están en constante tensión, los contrapoderes no siempre buscan equilibrar la balanza; a menudo, también son utilizados como herramientas para el control y la preservación del poder existente, reforzando estructuras que perpetúan intereses particulares.

La Ultraderecha Neorreaccionaria y  sus Estrategias Globales

El Trumpismo

El ascenso de la ultraderecha como fuerza política global no puede entenderse como un fenómeno aislado, sino como una respuesta estructurada a las crisis del neoliberalismo, la globalización y la erosión de los consensos postguerra fría. Desde las victorias de Donald Trump en Estados Unidos (2016 y 2024) hasta el triunfo de Javier Milei en Argentina (2023), pasando por el auge de líderes autoritarios en Asia y África, estos movimientos comparten una gramática común: nacionalismo excluyente, retórica antiestablishment y una adaptación pragmática a las dinámicas informacionales contemporáneas (Mudde, 2019). Esta sección analiza cómo estas fuerzas han reconfigurado el mapa político mundial, trascendiendo fronteras culturales e ideológicas tradicionales.

La primera elección de Donald Trump en 2016 marcó un punto de inflexión en la política estadounidense. Su discurso, basado en la nostalgia por un «pasado glorioso» (Make America Great Again), combinó xenofobia, negacionismo climático y ataques a medios de comunicación. Como señala Hochschild (2016), este mensaje resonó en un electorado blanco rural que se percibía marginado por las élites costeras. La estrategia trumpista se apoyó en plataformas como Facebook y Twitter —ahora X desde que Elon Musk lo comprara en 2022—, donde los algoritmos priorizaron contenidos polarizadores. Según Tufekci (2017), esta táctica explotó la crisis de legitimidad de instituciones tradicionales, construyendo una base leal mediante teorías conspirativas como QAnon, una supuesta organización de trama secreta conformada por enemigos de Donald Trump y sus seguidores.​

El intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021 evidenció la radicalización de sectores del electorado republicano. Para Levitsky y Ziblatt (2018), este episodio refleja un patrón global de «autoritarismo electivo», donde líderes populistas utilizan mecanismos democráticos para socavar la democracia.

La Motosierra de Milei

Javier Milei, autoproclamado «anarcocapitalista», llegó al poder en 2023 prometiendo desmantelar el Estado mediante la dolarización y privatizaciones extremas. Su discurso, cargado de ataques a la «casta política», se nutre del hartazgo social hacia la corrupción y la inflación crónica (Svampa, 2023). Sin embargo, como advierte Gago (2020), su proyecto no es una ruptura, sino la profundización del neoliberalismo mediante tácticas performativas como portar motosierras en actos públicos.

Milei ha establecido vínculos con redes globales de ultraderecha, incluyendo el Instituto Mises y figuras como Jair Bolsonaro. Estas alianzas, estudiadas por Slobodian (2023), buscan normalizar agendas extremas bajo el manto de la «libertad económica», ocultando su componente autoritario.

Otros Continentes

Bajo el liderazgo de Narendra Modi, el partido BJP ha transformado a India en un Estado hindú etnonacionalista. Políticas como la Ley de Ciudadanía (2019), que excluye a musulmanes de la nacionalidad, reflejan un proyecto de ingeniería social basado en la supremacía religiosa (Jaffrelot, 2021). Plataformas como WhatsApp han sido instrumentalizadas para difundir noticias falsas que incitan a linchamientos contra minorías (Udupa, 2018).

Rodrigo Duterte en Filipinas (2016-2022) gobernó mediante un discurso de «mano dura» que legitimó ejecuciones extrajudiciales de miles de presuntos narcotraficantes. Según Curato (2022), esta estrategia combinó populismo penal con un culto a la personalidad mediático, similar al de líderes autoritarios latinoamericanos.

En Australia, el partido One Nation, fundado por Pauline Hanson, ha promovido una agenda antiinmigración y antiaborigen, aprovechando el miedo a la «invasión asiática», especialmente de China. Su éxito en elecciones regionales evidencia la globalización de narrativas ultraderechistas incluso en democracias consolidadas (Mondon & Winter, 2020). Acciones como el AUKUS, una alianza militar entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos recibieron respaldo popular bajo este escenario del terror.

Africa y Medio Oriente

Grupos como AfriForum, una ONG sudafricana que defiende los privilegios de la minoría blanca bajo la retórica de «derechos de las minorías» utilizando redes sociales, ha difundido teorías como el «genocidio blanco» para oponerse a reformas agrarias (Maré, 2021).

En Zimbabue, el régimen de Emmerson Mnangagwa ha perpetuado prácticas represivas heredadas del colonialismo británico, criminalizando protestas bajo el pretexto de «estabilidad nacional». Para Ndlovu-Gatsheni (2020), esto refleja una fusión entre nacionalismo poscolonial y tácticas autoritarias modernas.

Benjamin Netanyahu en Israel ha consolidado su poder mediante alianzas con partidos como el Sionismo Religioso, que promueven la anexión de Cisjordania y la exclusión legal de árabes israelíes (Pappé, 2022). Esta agenda se apoya en una maquinaria de desinformación que vincula críticas al Estado con antisemitismo (Hirsch, 2023) y que no descarta acciones  armadas como la realizada desde octubre 2023 luego del ataque de Hamas. A la fecha, se cuentan más de 61 mil palestinos asesinados y casi mil israelíes como resultado de esta guerra.

Finalmente, Recep Tayyip Erdogan ha transformado a Turquía en un régimen híbrido, mezclando islamismo político con un nacionalismo expansionista. Su control sobre medios de comunicación y sistema judicial ilustra el modelo de «autoritarismo competitivo» descrito por Levitsky y Way (2010).


Estrategias Comunes de la Ultraderecha Neorreaccionaria en el Mundo

La ultraderecha neorreaccionaria global ha perfeccionado el uso de algoritmos para segmentar audiencias y viralizar contenidos emocionales. En India, el BJP emplea bots para inundar redes con memes islamófobos; en Estados Unidos, Trump utiliza X para atacar jueces y periodistas (Waisbord, 2021).

Agendas de austeridad y privatización sirven como puerta de entrada para proyectos autoritarios. Milei en Argentina y Modi en India presentan el desmantelamiento del Estado como una «revolución libertaria», ocultando su impacto en derechos sociales (Brown, 2019).

La retórica ultraderechista  neorreaccionaria promueve una «cultura de la crueldad» (Segato, 2016), donde la humillación de minorías se convierte en espectáculo. Ejemplos incluyen las burlas de Trump a personas discapacitadas, el desprecio de Milei a sus opositores o los ataques de Modi contra la oposición «antipatriótica».

Avance progresivo

El avance de la ultraderecha neorreaccionaria ha acelerado procesos de «autocratización» identificados por el V-Dem Institute (2023), donde 35 países experimentaron retrocesos democráticos entre 2012 y 2022. Estos regímenes comparten características de Concentración de poder ejecutivo, como los procesos de Erdogan en Turquía y Modi en India que han debilitado parlamentos y tribunales; Erosión de libertades civiles, caso de las leyes antiterroristas en Filipinas y Egipto criminalizando la disidencia y el Control de narrativas históricas, donde destaca el negacionismo del Apartheid en Sudáfrica o  la glorificación de las dictaduras en Brasil.

La ultraderecha neorreaccionaria global no es un monolito, sino una constelación de movimientos que adaptan estrategias a contextos locales. Su éxito radica en la capacidad de convertir el malestar social en combustible para proyectos excluyentes. Como advierte Fraser (2019), la izquierda debe repensar sus estrategias ante esta ofensiva, evitando reduccionismos de clase y abrazando luchas interseccionales.

La supervivencia de la democracia dependerá de la construcción de alianzas transnacionales que combatan tanto la desigualdad económica como el odio identitario. En palabras de Appadurai (2006), el futuro se disputa entre el miedo a la pequeñez y la esperanza en la diversidad.

Trump, Meloni y Milei
El ascenso de figuras como Donald Trump, Giorgia Meloni y Javier Milei reflejan el retorno de la ultraderecha neorreaccionaria en el escenario global, un movimiento que combina retórica populista, políticas conservadoras y un cuestionamiento a las estructuras tradicionales del poder, redefiniendo el debate político en pleno siglo XXI. Imagen: La Voce del Patriota

La Ultraderecha Neorreaccionaria en Europa

En las últimas dos décadas, Europa ha sido testigo de un resurgimiento electoral sin precedentes de partidos de ultraderecha neorreaccionaria, fenómeno que ha reconfigurado los paisajes políticos nacionales y continentales. Este auge, caracterizado por discursos xenófobos, autoritarismo securitario y retórica antiestablishment, ha desafiado los consensos democráticos postguerra fría. Según Mudde (2019), la ultraderecha neorreaccionaria no solo ha logrado normalizar su presencia institucional, sino también influir en agendas políticas mainstream, erosionando los principios de inclusión y pluralismo.

El éxito electoral de partidos como el Frente Nacional (Francia), Alternativa para Alemania (AfD) o VOX (España) no puede atribuirse únicamente a coyunturas económicas o migratorias. Como señala Norris (2005), su ascenso refleja una convergencia estratégica entre descontento social, explotación de brechas identitarias y adaptación a marcos discursivos nominalmente democráticos.

Legado Fascista

La extrema derecha histórica, arraigada en el legado fascista y autoritario del siglo XX, se definía por su rechazo explícito a la democracia liberal, la glorificación de regímenes totalitarios y la defensa de un nacionalismo étnico excluyente. Partidos como el Movimiento Social Italiano (MSI) o el Front National en sus orígenes, operaban desde los márgenes del sistema, marginados por su vinculación con el colaboracionismo nazi o el franquismo (Eatwell, 2003).

La ultraderecha  neorreaccionaria contemporánea, en cambio, ha adoptado una estrategia de normalización discursiva. Como explica Goodwin (2011), estos partidos se presentan como defensores de la «democracia real», acusando a las élites políticas de corromper la voluntad popular. Su retórica se articula en torno a tres ejes, el Nacionalismo etnoidentitario que se concentra en una defensa de la identidad nacional basada en criterios étnicos y culturales, excluyendo a minorías migrantes o religiosas (Mudde, 2007); el Populismo securitario que construye un relato de «invasión migratoria» como amenaza existencial, legitimando políticas de control fronterizo y exclusión (Wodak, 2015). Finalmente, el Euroescepticismo instrumental teniendo como pilar el rechazo a la Unión Europea como ente burocrático que socava la soberanía nacional, aunque sin proponer alternativas coherentes (Taggart & Szczerbiak, 2018). Esta metamorfosis ha permitido a partidos como la Agrupación Nacional (Francia) o Hermanos de Italia a desvincularse simbólicamente del fascismo, mientras mantienen una agenda liberal.

Lavados de Imagen y Normalización

El caso francés ilustra las estrategias de «limpieza» de manera paradigmática. Marine Le Pen, líder del Frente Nacional desde 2011, impulsó una campaña de desdiabolización para distanciar al partido de su pasado antisemita y colaboracionista. Esto incluyó la expulsión de su padre, Jean-Marie Le Pen, en 2015 por negacionismo del Holocausto, y el cambio de nombre a Agrupación Nacional en 2018 (Shields, 2020). La estrategia combinó gestos mediáticos —como enfatizar su amor por los gatos— con una moderación superficial del discurso, logrando atraer a votantes desencantados con el centro derecha tradicional.

La ultraderecha neorreaccionaria ha capitalizado las dinámicas informacionales descritas por Castells (2012), utilizando redes sociales para eludir el escrutinio mediático tradicional. En Italia, Matteo Salvini (Liga) y Giorgia Meloni (Hermanos de Italia) han construido comunidades online cohesionadas mediante mensajes virales y polarizadores. Como señala Tufekci (2017), algoritmos de plataformas como Facebook priorizan contenidos emocionales, amplificando narrativas antiinmigración y teorías conspirativas.

España: VOX

La irrupción de VOX en 2018 marcó un punto de inflexión en España, país sin representación ultraderechista desde la transición. Su discurso, centrado en la oposición al independentismo catalán, la «ideología de género» y la defensa de la «unidad nacional», resonó en sectores conservadores descontentos con el Partido Popular (PP). En las elecciones de 2019, VOX obtuvo 52 escaños, consolidándose como tercera fuerza (Rama et al., 2021). Su éxito se basa en una combinación de retórica neofranquista —glorificación de la «Hispanidad»— y modernización comunicativa, utilizando memes y streaming en Twitch para conectar con jóvenes (García-Calvo, 2020). Sin embargo, en las elecciones de 2023 sufrieron un revés, bajando a 33 escaños. Los analistas electorares refirieron que se debió a una fragmentación del voto de la derecha.

Hermanos de Italia

Giorgia Meloni ha liderado un proceso de refinamiento ideológico en Hermanos de Italia. A diferencia de la Liga de Salvini, que prioriza la antiinmigración, Meloni enfatiza valores tradicionales («Dios, patria, familia») y soberanismo económico. Su lema «¡Primero Italia y los italianos!» sintetiza un proyecto de democracia liberal que busca restringir derechos LGBTQ+ y controlar instituciones culturales (Albertazzi et al., 2022). Pese a evitar referencias explícitas al fascismo, su partido mantiene vínculos con grupos neofascistas como CasaPound (Giugliano, 2021).

Francia

Marine Le Pen ha transformado a la Agrupación Nacional en una fuerza capaz de competir por la presidencia. En 2022, obtuvo el 41,5% en la segunda vuelta, capitalizando el descontento rural y la crisis de los chalecos amarillos. Su estrategia combina propuestas económicas proteccionistas —reducción del IVA en energía— con un nacionalismo welfare que promete priorizar a los «franceses de sangre» en el acceso a vivienda y salud (Ivaldi, 2023). Sin embargo, a pesar de las expectativas en su victoria de la primera vuelta de 2024, no logró obtener los escaños suficientes debido a la coalición de izquierda durante la segunda vuelta. La polarización en Francia es notable.


Impacto

La normalización de la ultraderecha plantea dilemas profundos para las democracias europeas. Como advierte Levitsky (2018), estos partidos no buscan abolir las instituciones, sino vaciarlas de contenido pluralista mediante Legalismo autoritario, con el uso de mayorías parlamentarias para cooptar tribunales y medios (Scheppele, 2018); Hostilidad a la sociedad civil mediante estigmatización de ONGs proinmigrantes o feministas como «traidoras» (Mudde, 2019) y Control cultural en base a la promoción de narrativas históricas revisionistas que glorifican pasados autoritarios (Minkenberg, 2021).

El auge de la ultraderecha neorreaccionaria europea no es un fenómeno aislado, sino un síntoma de las tensiones entre globalización y identidad, aceleradas por las dinámicas informacionales. Su capacidad para hibridar nacionalismo excluyente con herramientas digitales sugiere que, lejos de ser una anomalía, representa un desafío estructural a la democracia liberal. Como señala Zuboff (2019), la economía de la atención digital favorece discursos simplistas y emocionales, socavando el espacio para el debate racional. 

Santiago Abascal
Santiago Abascal, líder de VOX, partido que promueve políticas polarizantes y plantea iniciativas que aumentan tensiones internas en España. Su accionar ha sido señalado por resurgir ideologías nacionalistas e irredentistas, avivando debates sobre los riesgos del extremismo político en el país. Imagen: El Estado.Net

La Ultraderecha Neorreaccionaria en América Latina

El ascenso de la ultraderecha neorreaccionaria en América Latina desafía los marcos analíticos tradicionales, diseñados para comprender fenómenos similares en Europa o Estados Unidos. A diferencia de su contraparte europea, que emerge en un contexto de declive socialdemócrata, la ultraderecha latinoamericana ha logrado consolidarse en un escenario donde la izquierda experimentó su mayor auge histórico (Levitsky & Roberts, 2011). Este fenómeno, caracterizado por un anticomunismo visceral, retórica securitaria y oposición a agendas progresistas, refleja tensiones estructurales entre proyectos posneoliberales y reacciones conservadoras. Según Mainwaring (2018), la región ofrece un laboratorio único para estudiar cómo las dinámicas informacionales y políticas que se intersectan con legados autoritarios y desigualdades persistentes.

El Anticomunismo actualizado

El anticomunismo en América Latina no es un fenómeno novedoso. Durante la Guerra Fría, dictaduras militares respaldadas por Estados Unidos justificaron represiones masivas bajo la Doctrina de Seguridad Nacional, que identificaba a movimientos sociales y partidos de izquierda como amenazas existenciales (Grandin, 2004). Sin embargo, la ultraderecha contemporánea ha reformulado este legado, vinculando discursivamente a gobiernos progresistas —como los de Venezuela, Bolivia o México— con «regímenes castrochavistas» (Raby, 2022). Esta narrativa, amplificada por think tanks y medios conservadores, construye un enemigo difuso que incluye desde sindicatos hasta activistas LGBTQ+.

La persistencia de grupos armados como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Colombia o supuestas células residuales de Sendero Luminoso en Perú permiten a la ultraderecha reactivar el miedo al «terruco». Como señala Arnson (2019), esta estrategia se nutre de traumas históricos —como el propio conflicto armado interno peruano— para legitimar políticas represivas. En Brasil, Jair Bolsonaro instrumentalizó este imaginario durante su campaña, prometiendo «acabar con el Foro de São Paulo», una red de partidos de izquierda latinoamericanos (Mendes, 2020).

La Seguridad Ciudadana como excusa

América Latina alberga el 8% de la población global pero registra el 33% de los homicidios mundiales (UNODC, 2021). Esta realidad, combinada con altos índices de corrupción e impunidad, ha facilitado la adopción de discursos pro securitarios. Partidos ultraderechistas como Nuevas Ideas de Bukele en El Salvador o Fuerza por México proponen soluciones simplistas como la militarización de las calles, recorte de garantías procesales y encarcelamiento masivo (Cruz, 2022). Para Müller (2016), este «populismo penal» convierte a las víctimas de la violencia en sujetos políticos pasivos, mientras se criminaliza la pobreza.

Para el caso brasileño, la presidencia de Bolsonaro (2019-2022) ejemplificó cómo la ultraderecha neorreaccionaria latinoamericana articuló la idea de seguridad con la nostalgia autoritaria. Su lema «Brasil acima de tudo, Deus acima de todos» fusionó evangelismo político con apología a la dictadura militar (1964-1985). Políticas como el decreto de porte de armas o la intervención federal en Río de Janeiro respondieron a demandas de sectores medios urbanos, pero también consolidaron alianzas con milicias y agronegocio (Feltran, 2021).

Nacionalismo y Etnicidad

A diferencia de Europa, donde el nacionalismo étnico apela a mayorías blancas cristianas, América Latina enfrenta una complejidad identitaria derivada del mestizaje. Partidos como Vox en México o Unión Patriótica en Perú han intentado promover narrativas hispanistas que glorifican el legado colonial, pero su alcance es limitado. Como explica De la Cadena (2015), el imaginario nacional latinoamericano se basa en mitos de fusión racial, lo que dificulta movilizaciones basadas en pureza étnica.

Ante esta limitación, la ultraderecha neorreaccionaria ha encontrado en el evangelismo pentecostal un sustituto funcional al nacionalismo étnico. En países como Guatemala o Brasil, iglesias como la Universal del Reino de Dios promueven una identidad cristiana transnacional, opuesta a «ideologías extranjeras» como el feminismo o el ecologismo (Oro, 2020). Este discurso, que combina moralismo conservador con retórica anticomunista, ha permitido a figuras como Nayib Bukele en El Salvador construir bases transclasistas.

Valores Conservadores

La ultraderecha neorreaccionarias latinoamericana ha centrado su agenda cultural en la oposición a derechos LGBTQ+, educación sexual integral y aborto. Colectivos como Con Mis Hijos No Te Metas (Perú) o Frente Nacional por la Familia (México) operan como redes transnacionales, financiadas por organizaciones estadounidenses como Alliance Defending Freedom (Vaggione, 2020). Según Corrales (2020), esta «internacional reaccionaria» utiliza marcos discursivos de derechos humanos para defender posiciones antiderechos, alegando «libertad religiosa» o «protección de la infancia».

En Chile, la ultraderecha neorreaccionaria ha luchado contra reformas educativas que incorporan perspectivas de género o memoria histórica sobre dictaduras. Organizaciones como Fundación Jaime Guzmán —vinculada al partido UDI— promueven textos escolares que minimizan las violaciones de derechos humanos durante el régimen de Pinochet (Somma et al., 2021). Esta batalla por la memoria busca naturalizar jerarquías sociales y deslegitimar críticas al neoliberalismo.

Estrategias

La ultraderecha neorreaccionaria latinoamericana ha adoptado tácticas similares a sus pares europeas, utilizando algoritmos de redes sociales para viralizar contenidos emocionales. En Argentina, Javier Milei acumula millones de seguidores en plataformas como Instagram, donde simplificaba los problemas económicos en consignas como «¡Basta de casta!» (Sosa Villada, 2023). Según Tufekci (2017), estas estrategias aprovechan la crisis de medios tradicionales, ofreciendo narrativas maniqueas que resuenan en contextos de incertidumbre.

La pandemia de COVID-19 evidenció cómo la ultraderecha instrumentaliza crisis para promover agendas antidemocráticas. En Bolivia, grupos vinculados a Luis Fernando Camacho difundieron videos falsos sobre «vacunas comunistas», mientras en Brasil, Bolsonaro promovió tratamientos ineficaces como la hidroxicloroquina (Nunes et al., 2021). Estas narrativas, que fusionan negacionismo científico con retórica antiglobalista, reflejan una adaptación local de discursos neorreaccionarios analizados en secciones anteriores.


Impacto

La consolidación de la ultraderecha neorreaccionaria en América Latina amenaza con revertir avances democráticos posdictaduras. Según O’Donnell (1994), la región sufre de «ciudadanía de baja intensidad», donde derechos formales coexisten con exclusiones estructurales. La ultraderecha neorreaccionaria explota esta contradicción, ofreciendo soluciones autoritarias a demandas legítimas de seguridad e inclusión.

En El Salvador, Bukele ha utilizado su mayoría legislativa para destituir jueces de la Corte Suprema y al Fiscal General, consolidando un régimen híbrido que combina elecciones con represión a periodistas (Call, 2021). Este «autoritarismo legalista» (Scheppele, 2018) sigue patrones observados en Hungría o Polonia, pero adaptados a contextos de fragilidad institucional. También, leyes antiterroristas en Chile o Colombia han sido utilizadas para perseguir a líderes indígenas y ambientalistas. Según Uprimary (2022), este fenómeno refleja una «judicialización del disenso», donde el Estado de derecho se weaponiza (convertir en arma) contra los movimientos sociales.

El ascenso de la ultraderecha  neorreaccionaria en América Latina no puede atribuirse únicamente a factores externos, como influencia estadounidense o redes globales de derecha radical. Su arraigo se nutre de contradicciones internas: Estados incapaces de garantizar seguridad, izquierdas que reprodujeron exclusiones bajo gobiernos progresistas, y sociedades fragmentadas por desigualdades históricas. Tomando en cuenta a Svampa (2022), enfrentar este desafío exige superar dicotomías simplistas entre «populismo vs. democracia», reconociendo cómo la ultraderecha neorreaccionaria capitaliza malestares reales.

Javier Milei y Elon Musk
Javier Milei, conocido por su retórica disruptiva y enfoque económico libertario, simboliza su ideología al obsequiar una motosierra a Elon Musk durante una de sus apariciones públicas. El gesto representa la promesa de 'cortar el Estado', reducir el gasto público y desmantelar lo que Milei considera burocracia innecesaria, en línea con su visión de un gobierno mínimo y mercados libres. Este acto refuerza su estilo provocador y su alineación con figuras globales del capitalismo tecnológico. Imagen: Reuters

La Ultraderecha Neorreaccionaria en el Perú

Desde que Forrester (1997) avizorara la precarización inevitable del trabajo para que luego diéramos cuenta de la precarización de las mentes, la ultraderecha neorreaccionaria mundial y por ende, la peruana, se ha vuelto cada vez más prominente en la política y la sociedad de las últimas décadas. Aunque existen ciertas diferencias entre los grupos y movimientos de ultraderecha en Perú, comparten elementos como la supremacía racial o clasista, la homofobia, el machismo, el nacionalismo excluyente y hasta el accionar necro político que se concentra en aumentar la velocidad del deterioro humano (Valverde, 2015).

La ultraderecha peruana ha sabido beneficiarse de la polarización política y social en el país y ha sido capaz de capitalizar el descontento popular con la clase política y el sistema económico. La ultraderecha se ha aprovechado de la desigualdad económica y la exclusión social para promover una narrativa de «nación en peligro» y «enemigos internos» que ha sido utilizada para justificar la violencia y la discriminación. Pero toda esta narrativa la ha encontrado dentro de la particularidad peruana de la pervivencia de un síndrome colonial que no ha generado totalmente una ruptura general o que vaya más allá del centralismo urbano, político, económico y social de la capital. La tesis de Cotler (2005) parece mantenerse fuera de la frontera urbana provincial y capitalina. Su discurso ya radica en lo obsoleto si se pretende explicar las relaciones intra e inter-urbanas, pero la configuración social citadina y rural del interior del país tiene otras características productivas y mentales más cercanas a lo disciplinar, lo que lo mantiene con cierta vigencia si relacionamos acuciosamente lo disciplinar con el control en la ciudad. Por tanto, la ultraderecha peruana o Derecha Bruta y Achorada (DBA) como lo sindican algunos periodistas y escritores, ha tenido relativo éxito en su dinámica, pero insistimos, es limitada política y geográficamente.

El Fujimorismo reaccionario

Para entender esto refiramos al populismo de la derecha a partir de los noventas del siglo pasado con Alberto Fujimori y su estratega Vladimiro Montesinos. El traslado de las responsabilidades socioeconómicas a la esfera del propio Yo con su avalancha de recursos literarios de desarrollo personal, el emprendimiento y el bombardeo de la cultura organizacional en los círculos laborales, tuvo un éxito rotundo. Casi no existía algún individuo que no se sienta parte de esta fuerza «creativa», «innovadora» y «voluntaria». Al margen de los conflictos con las fuerzas políticas opositoras, el mérito, por así decirlo, de esta diarquía fue el de generar las condiciones para hacer creer a la gran mayoría capitalina que todo dependía de ellos mismos, convirtiéndose luego en defensores y evaluadores de individuos que no se sujetaban a esta forma de ver el mundo (Valverde, 2015). No se trató de un plan debidamente pensado o deseado, pero si había clara intención de que todo lo demás hiciera su trabajo en afán de que estos nuevos «expertos» se sientan con la responsabilidad de dar a conocer cómo deben ser las cosas. Contradecirlos, no asentir este nuevo conocimiento o poner en evidencia algún atisbo de error o malinterpretación, nos dejaba con el riesgo de pertenecer a una lista negra de la cual difícilmente seríamos borrados.

Asimismo, Quiroz (2019) describe ampliamente los sucesos posteriores al año 2000 iniciando una reforma anticorrupción que derribó progresivamente el aparato fujimontesinista, a partir de videos escandalosos revelados en la señal abierta y una renuncia por fax. Nunca antes había existido una profundidad tan amplia en la búsqueda de relaciones burocráticas que favorecieron la creación de cajas chicas y grandes. La procuraduría pública anticorrupción introdujo nuevas figuras de incriminación «eficaz» desde la labor de Ugaz; el congreso electo nombraba comisiones de investigación con Waisman y Townsend a su cargo y el nombramiento de jueces y fiscales anticorrupción junto a una reforma parcial del poder judicial constituyeron las armas más efectivas para terminar con este «cáncer» llamado corrupción.

Caída y nuevo origen

El populismo derechista había caído, pero al mismo tiempo estábamos presenciando la génesis de una derecha que pasaría a renovarse y constituirse en recalcitrante en poco menos de un decenio, pues esta derecha no había sido extirpada del todo del aparato del estado y mucho menos del control institucional de los medios de información. Era impensable además que la disposición de los mecanismos de control ya esparcidos en la cotidianeidad tuvieran un retroceso, todo lo contrario, iban a constituir un discurso homogéneo mucho mayor desde los mass media, con la presencia de los expertos antes señalados y a modo de «pin-pon» o pared concertada, estableciendo formatos de legitimación de forma manifiesta.

De igual forma, Pacheco (2018) revela, citando a Foucault en un principio, que estos comportamientos interinstitucionales informativos vendrían a ser parte de una oposición binaria lógica que califica lo «normal», además de su consecuente opuesto. Es así, que la opinión de los medios informativos se auto establecen como ciertos, moralmente correctos o ideológicamente sensatos. Todo ello dentro de un lenguaje sencillo, accesible y comprensible por la mayoría con la finalidad de que suene lo más verosímil posible. Este progresivo y tendencioso accionar se fue convirtiendo en un estándar durante los últimos veinte años de la historia contemporánea peruana, al que fueron añadiendo las cuotas de violencia de distintivo «policial», pasando por el «thriller» y apareciendo como «enemigo nacional» u «defensa del orden» cuando la conflictividad social lo ameritaba, acompañado, claro está de la vieja confiable: la estigmatización de lo marginal (Pacheco, 2018). Para nadie es un secreto que los medios de información desempeñan este papel fundamental en la estructuración y mantenimiento del poder a lo largo de la historia, en nuestro caso y con este formato, desde inicios del siglo XXI. A través de la difusión de estas noticias consensuadas, las opiniones pasadas por filtro y los análisis provenientes de los expertos consolidados, los medios de información continúan en su labor de formación de opinión pública y en el comportamiento de los incluidos y excluidos con el solapado «así sí» y «así no».

La Neorreacción peruana asoma.

«Una democracia no es nada más que un gobierno de la turba, dónde un 51% de la población puede tomar los derechos del otro 49%»
– Thomas Jefferson.

También, en la obra de Land (2022) se observa a la Ilustración Oscura como un movimiento que se inicia a principios del 2000 con un discurso totalmente opuesto a los valores que generó el movimiento de la Ilustración durante el siglo XVIII. Expresado como un verdadero libertarismo, es totalmente opuesto a la democracia, a la que consideran no como un sistema, sino como simple vector político -Se refiere a la influencia del aspecto político en el comportamiento social. Normalmente alcanza sus picos en épocas electorales, cuando las propuestas políticas de los grupos o partidos asaltan la opinión cotidiana a través de los medios de información-, que se activa periódicamente.

Si bien, las bases para las respuestas neorreaccionarias en el país ya estaban dispuestas, no había mucha claridad en su definición y comprensión local. Consideramos que esta empieza a definirse en el escenario peruano a mediados de la segunda década del siglo XXI con su oposición a la modernidad y a los ideales de progreso, igualdad y democracia liberal. Si queremos ser más precisos, diremos que sus frentes de ataque permanecían en letargo y se activaron con la derrota del partido Fuerza Popular en las elecciones del año 2016 con una avalancha de mociones de censura y entorpecimiento legislativo que llevó a la dimisión de Pedro Pablo Kuczynski. Esta manifestación estaba aún dentro de la esfera del poder, pero su real dimensión se apreciaría años después cuando los medios tomaron su postura y se hizo presente en la órbita capitalina.

Keiko Fujimori como aglutinante

De hecho, no hay que engañarse cuando se menciona al partido de Keiko Fujimori como el alfa y omega de esta manifestación social, pues la neorreacción no está adscrita a nada ni nadie, tan solo los une su oposición a la modernidad y a los ideales de progreso, igualdad y democracia liberal. Mientras una propuesta política esté relacionada con la tradición, el conservadurismo y el autoritarismo, la neorreacción estará al lado y no dudará en alejarse o contraatacar si estos «principios» ya no son respetados.

Los neorreaccionarios sostienen que la modernidad es un proceso de degradación y destrucción de las tradiciones y las instituciones que sostienen la civilización occidental. Creen que la modernidad promueve la igualdad, la libertad y la democracia, pero en realidad ha llevado a la decadencia moral y a la destrucción de los lazos sociales y comunitarios. Para ellos, la modernidad se ha basado en una fe ciega en el progreso y en la idea de que la humanidad puede mejorar constantemente a través del uso de la ciencia y la tecnología. Esta fe en el progreso ha llevado a la promoción de la igualdad y la libertad sin tener en cuenta las consecuencias sociales y políticas. Generar accesos igualitarios a propuestas religiosas diversas, identidad de género y permisibilidad de etnias diversas en un mismo territorio es un craso error para los neorreaccionarios. Por ello, ante estos actos que permiten como válidas todas las posturas, es imperativo el abandono de la modernidad y el regreso a una sociedad más jerarquizada y tradicional. Para dicho abandono, no importa si se utilizan las mismas herramientas que la democracia liberal ha provisto: las elecciones.

El «equilibrio estratégico» de la neorreacción.

Aunque las formulaciones de los neorreaccionarios parecieran ser inconsecuentes con los tiempos actuales, lo cierto es que la penetración de la ultraderecha en los medios de información y los grupos electorales lo hacen posible. Luego de la disolución del congreso por
parte de Vizcarra y la convocatoria a elecciones de un nuevo parlamento, se pudo observar la irrupción de más portadores de este discurso. La vacancia de Vizcarra, la asunción temporal de Manuel Merino y su caída inmediata deben interpretarse como experiencia acumulada para la neorreacción. El círculo no estaba completo. Sagasti les significó una tregua y reorganización de fuerzas.

Cuando las elecciones de 2021 dieron el disparo de partida, la neorreacción se abalanzó sin miramientos, desvergonzadamente, con toda la artillería pesada. El racismo encontró con quien despacharse, pues el candidato opositor cumplía con creces todo lo que los neorreaccionarios no querían: el color de piel que más rechazan, una postura religiosa contraria a la tradicional, un origen rural, una cultura que veían y sentían retrógrada; pero lo peor de todo es que era un «rojo», la pesadilla de un «facho» hecha realidad. Un gobierno de tal abominación no debía ser posible. Tenía que ser anulado a toda costa.

Evgeny Morozov (2015) comenta su experiencia siendo testigo de la creación de una serie de estrategias, herramientas y técnicas en base a contratación de personal generador de contenidos en las redes sociales que aplicaban censura y acaparamiento de noticias a fin de monopolizar la opinión pública. Todo esto aconteció en Europa durante los primeros años del siglo XXI. Para la segunda década de la presente centuria, los mismos instrumentos ya estaban dispuestos en el Perú: ejércitos de «trolls», blogs neorreaccionarios, censura digital, bloqueos y seguimiento de usuarios con opiniones opuestas. No estamos hablando de simpatizantes en defensa de su postura autoritaria, se trataba de unidades especializadas trabajando en coordinación y con un soporte financiero estimable. La ventaja de las redes sociales es la posibilidad inmediata de publicar adjetivos del peor calibre, revelando la verdadera naturaleza del ultra. Batallas digitales más «sangrientas» se llevan a cabo en las redes de mensajería, pues el hecho de no que no sean públicas, animaba a utilizar con mayor frecuencia y menor cuidado los vilipendios: «es bruto serrano, cholo, izquierdista, comunista, terruco».

La Neorreacción en cada rincón

Familiares, amigos, conocidos, vecinos y colegas se hirieron mutuamente y se estigmatizan con cada acontecer político y social que convenga al interés de la neorreacción. En paralelo, el entorno tradicional con el arma masiva del medio de información, mejoró la calidad de sus municiones y coordinó eficazmente sus estrategias de legitimación, saturación y velocidad. Una Keiko Fujimori participando de un «té de tías» en cada entrevista, un llanto desgarrador de su hermano pánfilo transmitido en vivo, decenas de carteles LED advirtiéndonos del comunismo, cobertura día y noche de la candidata oficial.

La «datitis» (Pacheco, 2018) en su estado más puro que hicieron circular desde Willax, desde la cuenta twitter de Vanya Thais y el amplio know-how de Pedro Cateriano, también desde Twitter y los canales de televisión, no dieron tregua. No hay que olvidar tampoco que la neorreacción contó con un brazo de confrontación directa en las calles. Destacan en este ámbito los miembros de «Con mis hijos no te metas» y «La Resistencia», una especie de validación popular o masiva que justifica y convoca la propuesta autoritaria. Pero en ello insistimos que la consecución de sus deseos no fue posible porque no hay trabajo culminado en el interior. Las relaciones y estructuras sociales más allá de la capital y la franja costera no cumplen ni creen en el discurso neorreaccionario. Terminada la disputa electoral y consumarse la victoria del indeseado por la ultraderecha, ésta continuó atacando desde los organismos legales a los que había podido acceder. La cascada de mociones de interpelación, de censura, la obstaculización de proyectos legislativos y la propalación de que todo perjuicio proviene de la cabeza del ejecutivo fue pan de cada día.

Impacto

En base a los últimos sucesos, producto de incipientes lecturas gubernamentales, casos de corrupción estatal de parte del último presidente electo Pedro Castillo, la asunción de Boluarte y el embate parlamentario mencionado desde el primer día de su gestión, la ultraderecha neorreaccionaria está viviendo su primavera política en el Perú. Todo ello es muestra inequívoca de que una situación de control totalitario se ha instaurado completamente.

Quizá la respuesta social inicial no se esperaba en tal grado. Según cifras no oficiales tenemos más de 50 muertos, 19 desaparecidos, más de 1400 heridos y 24 ciudadanos que llegaron a estar -o continúan- en cuidados intensivos. El reporte oficial manifiesta 27 muertos.  Todos ellos han sido invalidados socialmente categorizándolos de violentos o subversivos. Estos indicadores nos siguen diciendo que las interpretaciones y análisis científico-sociales de nuestro país aún tienen dos portadas, una para un Perú capitalino, criollo, costero, más acorde a una sociedad de control; y otra para un Perú marginado y estigmatizado en todo sentido: territorial, cultural y espiritualmente. No forma parte del proyecto (si es que existiese), tan solo se le conmina a seguirlo sin discutir. Y es ahí dónde la ultraderecha neorreaccionaria puede tener su hueso más duro de roer. Era fácil ser «facho» en la Alemania previa a Hitler o en la Italia de Mussolini, pero serlo en un país que supera mayoritariamente en población, cultura, relaciones y etnia al discurso oficial, es un péndulo.

La Pestilencia
La Resistencia, un grupo pro fujimorista vinculado a posturas autoritarias y ultraderechistas en Perú, es conocido por su accionar violento y tácticas de confrontación directa. Sus miembros, que suelen justificar sus acciones en defensa de líderes políticos cuestionados, han sido señalados por agresiones físicas, actos intimidatorios y desestabilización de protestas sociales, exacerbando tensiones políticas en el país. Su presencia refleja la polarización creciente y los riesgos de grupos que operan al margen del Estado de derecho. Los que se le oponen los tildan como "La Pestilencia". Imagen: OJO Público

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