El Gran Maestro
Supe de Waldemar Espinoza Soriano por primera vez a los catorce años, hurgando entre una pila de periódicos viejos que mi familia había acumulado en la casa de Chaclacayo, donde solíamos pasar los fines de semana. Durante más de una década esos papeles se amontonaron hasta formar una especie de archivo doméstico. En medio de esa maraña llegué a dar con un semanario dominical titulado Siete Días (creo que era un suplemento del diario La Prensa) y en una edición de 1973 hallé una entrevista a un joven historiador llamado Waldemar Espinoza Soriano que comentaba sobre la alianza entre huancas y españoles para la conquista del Imperio Inca. Junto a su fotografía había una frase que me quedó grabada: “Por una historia real y no ideal”
Años más tarde, cuando ingresé a la Escuela Profesional de Historia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, tuve la sorpresa y el honor de ser su alumno en los cursos de Formaciones Históricas e Historia del Perú Antiguo. Cada clase con él fue un descubrimiento. Su lenguaje era directo, ordenado, su erudición detallista, sus anécdotas alentadoras y su mirada, implacablemente honesta con las fuentes. Ni que decir de la férrea disciplina que exigía a sus estudiantes al momento de asistir a sus sesiones. Tan puntual y tan severo, que una vez ingresada su persona en el aula y cerrada la puerta, no había forma de acceder ni aunque la súplica más convincente o un sismo de grado ocho diera lugar. Esa severidad y exigencia que nos inculcaba caló directamente en el apego a las fuentes, a la rigurosidad, a la dedicación y sobre todo, a darnos cuenta de que el estudio de la Historia no era para nada un juego.
Una vida dedicada a las fuentes
Waldemar del Socorro Espinoza Soriano nació en Cajamarca en 1936; su trayectoria académica y profesional se desarrolló en torno a la investigación etnohistórica, la docencia universitaria y la difusión crítica de la historia andina y virreinal. A lo largo de décadas produjo una obra que estoy seguro seguirá siendo citada, discutida y consultada por generaciones. Su fallecimiento es lamentable tanto en lo académico como por lo cultural en el país.
Su formación se consolidó en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde no solo estudió sino que forjó su vocación docente. Fue discípulo de figuras claves de la historiografía peruana, entre ellas Raúl Porras Barrenechea y Luis Eduardo Valcárcel. Gracias a una beca pudo realizar una estancia de investigación en el Archivo General de Indias de Sevilla, una experiencia que marcó su método y amplió su acceso a fuentes documentales indispensables para la etnohistoria andina.
De esta experiencia, el maestro Waldemar Espinoza genera sus aportes centrales para la Historia Peruana Andina. La primera es la participación indígena en la conquista y en la formación del orden colonial, ejemplificada en su investigación sobre los Huancas, un estudio minucioso que desmontó lecturas simplistas sobre la conquista y puso en primer plano las estrategias locales, las alianzas internas y las motivaciones de los grupos indígenas que se aliaron con los españoles. Esto está plasmado en su obra Los Huancas, aliados de la conquista, la que es de lectura obligada para comprender cómo la conquista fue también un proceso de recomposición política interna en los Andes.
Su segundo gran aporte es la explicación de la desintegración del Estado incaico desde dinámicas sociales y políticas locales, no solo desde una simple intervención española. En La destrucción del imperio de los incas, Waldemar Espinoza Soriano mostró que las rivalidades señoriales, conflictos étnicos y fracturas internas facilitaron la penetración y el éxito de grupos extranjeros. Esta lectura, fundada en documentación colonial y en análisis etnohistóricos, desafió las narrativas que reducían la caída inca a un mero efecto de superioridad militar europea.
Estos aportes son ahora parte de una perspectiva etnohistórica que hoy es central en la historiografía andina. Waldemar Espinoza Soriano no buscó mitificaciones; buscó, como él mismo dijera en su juventud, una historia real. Esa insistencia por lo real, por las múltiples evidencias, por los matices de la agencia indígena, por el escrutinio rigurosamente documental, define su valiosa contribución académica.
Su legado
La producción bibliográfica de Waldemar Espinoza es amplia, pues supera las tres décadas de publicaciones entre artículos académicos, monografías y aportaciones a revistas especializadas. En agosto de 2025, días antes de su muerte, en un reconocimiento tardío pero justo, el Ministerio de Cultura del Perú declaró diez unidades bibliográficas de su producción (publicadas entre 1957 y 1997) como Patrimonio Cultural de la Nación. Este acto institucional no solo honra a un autor excepcional, sino que preserva un corpus de trabajo imprescindible para entender el Perú prehispánico.
El fallecimiento de Waldemar Espinoza Soriano es, sin exagerar, la pérdida de uno de los pilares de la historiografía andina peruana del siglo XX y XXI. Su deceso obliga a reflexionar institucionalmente. ¿Cómo se preserva y transmite un corpus crítico tan vasto e importante? ¿Cómo enseñaremos a las próximas generaciones de historiadores sobre la ética del archivo en la era digital? Las respuestas deben ser prácticas: archivado digital de su obra, ediciones críticas accesibles, inclusión en los planes de estudio y financiamiento de proyectos de investigación que partan de las preguntas que Waldemar Espinoza ha dejado abiertas. El legado de Waldemar Espinoza Soriano no puede quedar reducido a una lista de títulos, debe ser continuamente leído, discutido y aplicado.
La frase en esa entrevista “Por una historia real y no ideal” resume una ética que sigue vigente. En tiempos de narrativas fáciles de influencer y de mitologías nacionales o sectarias desprovistas de crítica, el ejemplo de Waldemar Espinoza es claro y urgente: la historia se construye con paciencia, con fuentes y con la disposición para cambiar hipótesis cuando las pruebas lo determinan y exigen.
Hoy, lamentando su partida, llamamos a leer sus libros, incorporar su metodología en la formación de nuevos investigadores, digitalizar sus obras completas y mantener viva la conversación crítica que él supo encender en cada clase. Así se honra a un maestro, con trabajo sostenido. El Perú ha perdido a uno de sus más grandes intelectuales. La responsabilidad de su memoria recae ahora sobre los que somos historiadores, docentes, bibliotecarios, estudiantes y autoridades culturales. La historia seguirá siendo real si se la trabaja con el mismo rigor que Waldemar Espinoza Soriano enseñó.
Carlos Caballero Montero
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